Conversando con unos amigos, bajo una noche estrellada en Quito, uno de ellos me preguntó: Te animarías a escribir sobre tu experiencia en Tinder? Yo: Por qué no.

Y cómo es que llegaron a conocer que uso Tinder. Fácil, les comentaba lo bien que había pasado hace poco en un viaje con alguien que había conocido a través de Tinder. Semanas después, estoy aquí, durante una noche lluviosa de Quito, escribiendo sobre mi experiencia personal con esta aplicación.

Para quienes no la conocen, Tinder es una aplicación que te descargas en el teléfono móvil, que te permite hacer “match” con otras personas en base a un algoritmo que usa la interacción de un perfil que lo crea uno mismo o lo asocias a la cuenta de Facebook. El perfil incluye unas pocos fotos y una brevísima descripción de uno. El “match” depende de que dos personas, cada una al otro lado del teléfono, encuentren interesantes sus respectivos perfiles y deslicen la foto del otro hacia la derecha. Si coinciden, hay un “match”.

El siguiente paso, cruzar unas pocas palabras a través del incómodo chat de Tinder; incómodo por lo poco funcional. Tal como en una situación presencial, unas pocas letras pueden ser decisivas para seguir charlando, no volver a contestar nunca más, o simplemente cancelar el match. También puede ser que hagas “match” pero finalmente nunca cruces palabra alguna y el candidato quede como una mera posibilidad, así como cuando estás en una fiesta, cruzas miradas, pero no llegas ni a bailar.

Tras esta explicación sencilla y muy general… empieza el relato con el que me comprometí, contestando unas preguntas que se me ocurren que podrían surgirle a alguien que usa o no Tinder.  

¿Con quién te encuentras en Tinder?

Entre los perfiles de Tinder me he encontrado de todo, y cuando digo de todo hablo en serio. Hombres guapos, otros menos, hippies o yuppies, con pinta de intelectuales, algunos espontáneos y genuinos, nunca faltan los que llamo candidatos a súper héroe,  narcisistas a los que les gusta su reflejo en primer plano en un espejo, deportistas como buzos, ciclistas, motociclistas, corredores y muy eventualmente algún montañista; asumo que estos últimos están perdidos en algún cerro sin señal.

Dependiendo dónde lo actives hay más probabilidades de hacer match. Cuando activé Tinder en Ciudad de México, tras pasar unos pocos perfiles y ver que el número de perfiles se volvía interminable, la mejor decisión fue obviarlo y aprovechar el tiempo para hacer fotos y pasear por una ciudad que no se termina de conocer nunca. Si vas con tiempo, y tomas en cuenta que detrás de Tinder hay una probabilidad estadística, puede ser un buen lugar con altas probabilidades de hacer un buen “match” sin tener que esperar demasiado.  

En ciudades más pequeñas, como Quito, la oferta se reduce significativamente; pero hay chances de acertar. Coincidencias de la vida, hace un tiempo hice “match” con un mexicano que pasaba por Quito, quien pocos días antes había conocido a mi hermana en el país más poblado de América Latina por un negocio inmobiliario. El tiempo nos dio para tomarnos un café en el centro, darle mis tips sobre qué conocer en Quito durante dos días, comentarle mis opiniones sobre el país, comer una pizza en La Liebre con buena música de fondo y tomarnos una cerveza en el Pobre Diablo. Hoy un buen amigo en una de mis ciudades favoritas.

¿Qué te dicen los hombres que llegas a conocer en el chat?

Supongo que esto depende de qué uno muestra en su perfil. El mío incluye mi edad, mi ubicación y en pocas palabras tres o cuatro intereses, un primer plano, alguna foto en bici y con casco, alguna con Quito como background y otra, creo que la que más dice de mi, una calavera con una cámara de fotos.

Asumo que ante un perfil convencional las cosas que generalmente me dicen son bastante convencionales. Eventualmente aparece alguno que a pesar del perfil de nerd inicia la conversación con “bomboncito”,  o algún desubicado que quiere conocerte preguntando “¿estás calentona como yo?; son la excepción. En mi caso, a menos que ande perdida, prefiero que ellos empiecen la conversación.

Alguna vez me topé con alguno a quien le dije, “te escribo luego porque estoy manejando”; cuando llegué a casa me topé con la respuesta “yo también estoy manejando y te estoy escribiendo”; para que alargar el cuento, quedó clarísimo que no íbamos a coincidir. No digo que nunca chatee mientras manejo, pero hago lo necesario por evitarlo.

Una situación similar tuvo otro desenlace. Ya era tarde, estaba saliendo de la oficina y le dije algo así como “hablemos luego que voy a manejar”. La mañana siguiente recibí un “¿Seguís manejando?”, no pude evitar morirme de la risa y seguir con una conversación que hasta hoy, en persona o por chat, la disfruto mucho, me resulta interesante y divertida.

En mi experiencia las mejores conversaciones han comenzado con alguna pregunta inesperada, algún comentario con una dosis de humor desde el otro lado de la pantalla o alguna referencia que engancha la conversación, ¡ciclista!, ¡corredora!, ¿fotógrafa?. Si te lo dicen es porque algo de eso también hacen ellos y es un buen punto de arranque para compartir una buena charla. Ojo, también hay quienes, con toda la sensatez del caso, desde el principio advierten, “ni ciclistas, ni corredoras”.

Es así que, a través de un cruce de palabras tal como en el “mundo real”, empiezas a conocer a tu “match”. ¿Real? En este punto me pregunto cuál es el mundo real, el virtual o el físico. En fin, lo interesante es cómo puedes hacer “clic” sin la presencia física de la otra persona; al parecer la química entre dos personas también depende de un juego de palabras.  

Del chat donde aparece solo tu nombre puedes pasar a WhatsApp, donde es más fácil saber con quien estás hablando, o quedar para conocerte en persona.

La tercera pregunta viene de cajón: ¿Funciona?

Sí, funciona. Lo que varía, de acuerdo a cada persona, es qué significa que funciona. En mi caso particular, que funciona implica:

  • Llegar a conocer a alguien que me atraiga y me resulte interesante:

Hombres al menos un año mayores que yo y máximo hasta 51; prefiero los morenos a los rubios. Tengo cierta inclinación a los abogados y a los economistas (algún sesgo relacionado con mi propia personalidad). Una foto que incluya una bici, un casco, una chaqueta de montaña o algún tipo de deporte de aventura recibe un punto adicional.

¿Alguna vez has pensado qué divertido puede ser llegar a conocer a alguien en una cita totalmente a ciegas? Me refiero a una cita con un total desconocido y en un lugar sin luz, donde de verdad no se ve nada y no te quede más que guiarte por las palabras, por cómo las dice, por la intuición. A mi es una idea que me atrae, no solo por el factor sorpresa, sino también porque  tiene una ventaja interesante, una buena parte de los prejuicios que todos tenemos quedan neutralizados. Tinder puede generar una experiencia similar.

Eventualmente te topas solamente con un nombre, sin foto personal, pero con la capacidad de trasmitir algo sobre quien lo lleva a través de una buena foto de un lugar, de un objeto o de sus pies invadiendo la sensación de infinito de una playa. Estas imágenes muestran un punto de vista sobre el mundo, que además puede ser el punto de partida de una conversación muy interesante y un encuentro lindo y divertido.

  • Llegar a conocer a alguien con quien puedo tener algo en común:

Esa es la parte más complicada porque no lo sabrás hasta haber corrido el riesgo de encontrarte, uno a uno, con tu “match”. Hasta eso, la pantalla aguanta todo. La foto sobre la bici fue una mera casualidad o, quizá, el “algo en común” está en otros ámbitos que sólo se descubren en una conversación entretenida, riendo un rato.

Un consejo, por las dudas, siempre hay que tener un plan B. La primera vez que me encontré con un “match”, segura de que íbamos a tener de largo para conversar, tuve la prudencia, por si llegaba a ser un asesino en serie, de quedar con él cerca de mi oficina y de pedir a una colega que en caso de que recibiera una X me llamara a decir que me necesitaban con urgencia de vuelta. Así que sin dar mayores explicaciones, en pocos segundos me safé y me puse a salvo… de una conversación extremadamente aburrida.

  • Llegar a conocer un “outsider”

Uso el término outsider para referirme a alguien que está fuera de mi círculo, de mi radar y de lo que me resulta más tradicional, incluso más convencional.  Personalmente prefiero activar el Tinder en otras ciudades.

Por qué, no lo sé. Le he dado algunas vueltas y tengo algunas hipótesis. Una de ellas es que al encontrarme con un perfecto desconocido, de quien no puedo tener ningún tipo de referencia, voy más abierta a conocer, a escuchar, sin siquiera saber qué esperar y puedo sorprenderme. Otra de mis hipótesis está ligada a querer conocer alguien diferente; lo sé, eso suena a cliché, pero quizá, como los electores desencantados, busco el “outsider”.

Hasta el momento mis mejores experiencias con Tinder han sido conociendo extranjeros. Es casi imposible disfrutar una ciudad y pasársela en Tinder buscando un “match”; pero es factible apostarle a alguno y tener la suerte de verla a través de los ojos de un “local”.

Además de para hacer “match”, Tinder también me ha funcionado como una buena herramienta para conocer otros lugares del mundo a través de las ideas, las vivencias, los puntos de vista de quienes los habitan. Me ha enseñado a llevar una conversación de manera diferente, a preguntar mucho y querer aprender más. Una ciudad no es sólo los sitios turísticos o lo que dice la guía, también es las historias que te transmiten quiénes viven en ella.

De paso,  es un privilegio llegar a conocer algún capítulo sobre la historia personal de alguien que hasta ese momento era un desconocido, esa página de la vida de una persona que puede hacerte cruzar la línea entre la atracción y la admiración, hasta el enamoramiento.

Finalmente, ¿Hasta qué punto funciona?

Sin duda, una aplicación que sirve para hacer “matchs” entre dos personas que se atraen tiene como principal incentivo la posibilidad de un encuentro sexual. Entiendo que hay gente que la utiliza con este propósito y nada más, y está bien. Yo prefiero usar Tinder para conocer gente nueva, hacer amigos. No quiero entrar en los detalles, pero muy eventualmente he terminado en algún tipo de relación que implique más que amistad.

De hecho, he terminado haciendo buenos amigos. Tinder ha dado lugar a conversaciones interesantes sobre una variedad de temas, hobbies, niños, familia, política e historias y aventuras personales. Entremedio una buena comida, un buen vino y un rico postre; una tarde en alguna playa del mediterráneo o, un paseo inolvidable por un barrio de Buenos Aires, donde sólo un porteño me puede haber hecho entrar a aquel lugar con el que nunca hubiese dado.

Un tip adicional, si vas a terminar la noche con alguien, en vez de con un buen libro, que sea el resultado  de largas conversaciones, de una linda aventura y de momentos compartidos con protagonistas que aporten para cuando decidas escribir el tuyo propio.

Otras ventajas de Tinder, ver otras partes del mundo a través de fotos y experiencias de otros, intercambiar nombres de buenos libros, nuevas ideas de cocina, tips para el siguiente viaje, compartir música, mejorar mi lista de Spotify y tener más seguidores en Instagram.

En Tinder, como en la vida presencial, las personas llegan cuando estás dispuesta a dar y a recibir, y cómo en todo, nada está asegurado. Asumo que para que una relación que empieza en Tinder se convierta en algo más que unas buenas conversaciones y algunos encuentros requiere de algunos ingredientes como las ganas de compartir, confianza, atracción física e intelectual, cariño, respeto, honestidad. Creo que la fórmula, con algoritmo por detrás, sigue siendo la misma.

Antes de poner el punto final, el título que usé para este artículo es una adaptación de una frase que se le ocurrió a uno de los protagonistas de esta historia. Cuando le conté que iba a escribir este artículo, entre risas surgió: De Platón a la cama …

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