Acabo de sacar mi firma digital cómo parte de un nuevo requerimiento del gobierno. Todo el proceso me pareció una lección en la falta de sentido de ironía de la burocracia. Primero que todo el simple hecho de que tenga que ir físicamente a una oficina estatal para sacar mi firma digital me parece maravillosamente macondeano. Para finalizar, sin el menor rasgo de ironía en su rostros, el amable funcionario que me atendió me dice, “Listo, ya está su firma digital y token (en un flash memory). Ahora firme aquí por favor para constancia de la entrega.”  No tiene precio.

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