Rafael Correa cómo actor político encierra en sí una paradoja, que, creo, se empieza a dilucidar con las últimas elecciones. Me explico: uno de los objetivos económicos (y diría logros) principales del gobierno de Rafael Correa es el de mejorar la calidad de vida de millones de ecuatorianos y de crear un país de clase media. Los avances en esta área son evidentes y negarlo sería tratar de tapar el sol con un dedo.
Sin embargo, un país educado, de clase media profesional no elegiría a un Rafael Correa. Es el pueblo el que quiere bailes sobre las tarimas, discursos confrontacionales y posturas autoritarias. La clase media prefiere la estabilidad a la revolución, valora sus libertades individuales y no necesariamente le atrae un presidente que cante y baile.
La paradoja es que a medida que Rafael Correa transforma el país y logra su visión transformadora, el país requiere menos de un Rafael Correa. Y creo que esto es parte de lo que se está viendo con los resultados de la última campaña. Habría que hacer un estudio estadístico de los resultados, pero la derrota electoral de Alianza País en 10 de las urbes más grandes del país, y su éxito más que todo rural parece apuntar en esa dirección.